Es una de las veteranas de la Fundación Santa María la Real. Como ella misma nos cuenta, Marta lleva toda una vida vinculada a la institución. Comenzó allá por el año 1989 con los programas de Escuelas Taller, de ahí dio el salto a Ornamentos Arquitectónicos, para recalar después en la Posada de Santa María la Real y, finalmente, en Tercera Actividad Aguilar. Si de algo está convencida es de que “no cambiaría este trabajo por nada del mundo”.
“Al principio, me costó mucho”, recuerda, “me ubicaron en la recepción y nunca me ha gustado pelearme con los ordenadores y la informática”. Y es que, lo suyo son las personas, basta ver su sonrisa para darse cuenta de que es así. Siempre cercana, atenta, amable, dispuesta a echar un cable. Se le iluminan los ojos cuando nos habla de las personas a las que cuida en Tercera Actividad. Los siente como parte de su familia. Y, no es para menos, les dedica buena su tiempo y sus desvelos.
Ahora, es una de las auxiliares de atención directa en la unidad de convivencia del centro. “Yo misma me ofrecí voluntaria para hacer el programa mixto de atención sociosanitaria a personas dependientes en instituciones sociales”, comenta. Comparte trabajo y tareas con Chus Ruíz. Viéndolas se nota a la legua que no puede existir mejor tándem. Se compenetran, apoyan y ayudan. Se entiende con tan solo mirarse y esa complicidad es buena para ellas y para los usuarios de Tercera Actividad. De hecho, comenta Marta, «el compañerismo es una de las cosas que más valoro en Tercera Actividad, todo el equipo es una familia, una piña y un gran apoyo».
Lo ideal sería que quienes viven en la unidad de convivencia pudiesen realizar una vida más autónoma, más independiente, que se encuentren como en casa, pero la realidad, es que muchas de las personas que conviven aquí son dependientes y necesitan del apoyo de Marta y Chus para casi cualquier tarea diaria. No importa. Es un auténtico privilegio ver cómo los atienden, con qué paciencia y mimo les cantan el menú del día, con qué cercanía los acompañan en sus paseos, les saludan, les ayudan a vestirse o, simplemente, charlan con ellos.
“Trabajar siempre con las mismas personas es muy bueno, porque llegas a conocerlas, sabes con solo mirarlas lo que necesitan en cada momento, lo que les gusta y lo que no”, comenta Marta y asegura que cada una de ellas le aporta “una barbaridad, es increíble lo que puedes aprender”. Ahora mismo, dice convencida, “no cambiaría este trabajo por nada del mundo”.
¿Lo que más valora? “La entereza, el aguante, la capacidad de lucha y el amor sincero” que le brindan las personas a las que cuida. Muchas pasan de los noventa, algunas ni siquiera pueden expresarse, pero no importa, “un beso, una sonrisa, un apretón de manos”, son el mejor reconocimiento al trabajo diario. Además, su turno, siempre de mañana, le permite compaginar y cuidar de su otro gran amor, su hermana, de la que es tutora y de la que habla con orgullo.
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