Llevan 52 años juntos y, como diría la canción, se les nota en la mirada que siguen enamorados. Manuel recuerda con precisión cómo, cuándo y dónde se conocieron. Fue en las fiestas del Pilar en Herrera de Pisuerga, en una sala de baile en la calle del Salón. Un flechazo que ha hecho que, desde entonces, no se hayan separado.

Angelita nos cuenta que es dos años mayor que él, pero la edad nunca fue una barrera. Ella nació en Villabermudo, pero su familia se trasladó a vivir a Herrera de Pisuerga, cuando apenas era una niña. De allí marchó a Santander, a casa de unos tíos, ayudándoles con sus primos más pequeños y atendiendo en una droguería – perfumería. El nació en Madrid, perdió a su madre siendo aún un crio y se fue a Aguilar de Campoo a vivir con una tía, “la madre de Peridis”, recuerda.  “Vivíamos junto al monasterio, en el pozo calero”.

Manuel trabajó durante muchos años como administrativo en la fábrica de galletas Fontaneda. Angelita cuidaba niños y animales, “me encantan”, nos dice con una sonrisa. Ella regresaba de vez en cuando a visitar a sus padres a Herrera y Manuel frecuentaba las fiestas de otros pueblos. El destino quiso unirlos un día de octubre hace 52 años. ¿El secreto para estar toda una vida unidos? Sin duda, el cariño y el respeto mutuos. Comparten aficiones, a ambos les gusta bailar y disfrutan nadando. Eran asiduos de la playa, el pantano y la piscina. Ahora, en Tercera Actividad, el agua ha vuelto a cambiar sus vidas.

Las sesiones de hidroterapia en la piscina municipal les han devuelto el ánimo, la fuerza y la vitalidad. Comenzó Angelita y, más recientemente, se ha animado Manuel. “Vamos en días separados, para no dar demasiado trabajo a la fisioterapeuta, pero nos viene muy bien”. 50 minutos en el agua que les dan la vida. Otro puntal importantísimo para ellos es su hija Ana, su esposo y su nieto Aarón. Están muy unidos. Hablan casi a diario y se videollaman con asiduidad.

De hecho, Manuel está plenamente informatizado y se maneja con agilidad tanto con el teléfono como con la tableta. Me muestra fotos y vídeos de su nieto, de cómo juega al fútbol, de los buenos ratos que pasaron en su casa de Aguilar, muy cerquita de la fábrica de galletas, con vistas al castillo y a la ermita de Santa Cecilia. De un partido de fútbol, de sus años mozos, cuando aún trabajaba en Fontaneda. Un encuentro que les sirvió para ganar una cena en el antiguo restaurante Guretxea. Ambos recuerdan con nostalgia momentos e instantes de su vida. Me enseñan su foto de bodas y posan mostrándola, agradecidos y orgullosos, por estos 52 años compartidos.