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No hay edades, sino experiencias: Maxi, “mis últimos recuerdos quedarán aquí”

No hay edades, sino experiencias: Maxi, “mis últimos recuerdos quedarán aquí”

Maximiliana o Maxi, como la conoce todo el mundo en Tercera Actividad León, llegó al centro en el peor momento… Fue el último ingreso antes de las restricciones derivadas del coronavirus. Entró por voluntad propia, lo eligió conscientemente. Conocía el lugar, porque allí ingresó a su sobrino José, Pepín, por problemas de salud. Ella era quien se encargaba de su atención y cuidado. ¿Qué mejor sitio para vivir cuándo ya no puedes estar solo que aquel que conoces y valoras?

“Me encuentro muy bien en Tercera Actividad, aquí quedarán mis últimos recuerdos”, afirma y cuando lo hace, aunque no la vemos – la entrevista es por teléfono -, intuimos una sonrisa, mezcla de nostalgia y satisfacción, la de quien ha hallado su lugar en el mundo, aunque siga recordando otros lugares. En la mente de Maxi, se entremezclan muchos sitios y de casi todos evoca sensaciones agradables. Su pueblo natal, Valcabado, “a 16 kilómetros de Santa María y 11 de La Bañeza”, donde vivió con sus padres y sus 8 hermanos hasta los 13 años.

“Me encantaba jugar con mis amigas del pueblo al corro de la patata, a la comba, al escondite, al castro y al dúplex. Además, me entusiasmaba ayudar a las personas en todo lo que pudiera. Mis padres eran muy buenos y nos enseñaron asi. Mi padre era labrador y siempre quería echarle una mano. Lo que peor se me daba era plantar cebollas, puesto que siempre arrancaba dos o tres. A mi madre le faltaba tiempo para compartir el pan con los más necesitados y, eso que en casa ya tenía nueve bocas que alimentar”.

Quizá por eso y porque eran otros tiempos, para que Maxi pudiese estudiar, sus padres la enviaron a Belichite, con unos tíos materno, que no tenían hijos. Su tío era guardia civil y se instalaron en el cuartel. “Pase una época bonita, fue fácil vivir allí e hice un grupo bastante grande de amigas en la escuela”. A los cinco años, trasladaron a su tío a León y tuvieron que regresar. Con el paso del tiempo, Maxi se apuntó al coro de la iglesia de Jesús Divino Obrero y allí conoció a su marido, Eduardo, viudo y con tres hijas. Se casaron pocos años después y Maxi se animó a abrir una mercería y perfumería, justo debajo de su casa. Compaginaba el trabajo con su actividad como voluntaria que acompañaba a sacerdotes enfermos que no tenían familia

Durante algunos años acompañó a su marido, corredor de seguros, en sus viajes por España. Cuando Eduardo falleció, ella reabrió la tienda y se hizo cargo de su sobrino José, al morir su hermana y su cuñado. Siempre risueña, afable y activa, Maxi tuvo la oportunidad de viajar a muchos lugares, como los Países Bajos o Tierra Santa, de donde guarda muy buenos recuerdos.

Lamentablemente, su sobrino, Pepín, sufrió algunos problemas de salud y hubo de ingresarlo en Tercera Actividad para procurarle un mejor cuidado. Al principio, iba a verlo casi a diario y ayudaba al personal del centro en todo lo que podía, le gustaba el lugar y el trato que dispensaban a Pepín. Poco antes de iniciarse la crisis del coronavirus sufrió una caída en casa y, lo tuvo muy claro, ella también debía vivir en Tercera Actividad. Aquí está desde entonces e incluso ha encontrado una “nueva hermana”, Charo, su compañera de habitación y fatigas, con ella pasa la mayor parte del tiempo, comparten aficiones como el baile, la costura o los paseos y “lo pasamos divinamente participando en todas las actividades”.