Eugenia lleva muy a gala y tiene muy presente haber podido enseñar a más de treinta generaciones de jóvenes del Valle de Laciana en León. Coqueta y sociable, lleva apenas unos meses viviendo en Tercera Actividad y se ha adaptado fenomenal a su nuevo hogar, quizá, por su carácter abierto y cercano.

Nació en el pequeño pueblo de Zacos de Cepeda, donde creció junto a sus padres, Felipa y Lorenzo, y a sus hermanos, Rosalía y Antonio. Aunque la principal profesión de su padre era la agricultura, de vez en cuando, también se dedicaba a techar tejados de paja. A Eugenia se le quedó grabada esa imagen de su padre, montado a lomos de un caballo, para acercarse en pleno invierno a la Maragatería a aliviar el frío que se colaba por las cubiertas. También permanece nítida en su memoria, la imagen de dos grandes amigas de infancia, Carmina y Celia y, aún parece estar saboreando la riquísima empanada que cocinaba su madre, coincidiendo con las fiestas del Corpus, y con la visita de un buen número de familiares y amigos.

Preparó el bachillerato por libre, con la ayuda de la maestra del pueblo que enseguida vio que la niña “valía para los estudios”. Mientras sus amigas jugaban, ella estudiaba, pero mereció la pena, porque logró sacarse el título de maestra y a ello se dedicó toda la vida. “El magisterio empezaba con 15 años”, recuerda, “duraba tres años y salíamos muy preparadas”. Estudió en León y no pudo permitirse ni todos los bailes ni todos los caprichos de otras compañeras, “porque para mis padres suponía un gran esfuerzo tenerme allí”. Uno de los momentos más especiales fue el viaje de fin de curso, “nos llevaron por toda España a visitar monumentos, museos y no daba crédito de poder conocer, por fin, lo que, hasta entonces, solo había visto en los libros”. Pasó un verano en el Albergue de la Sección de Femenina de Santander, donde pudo preparar la oposición de magisterio en la rama de educación física y donde, además, aprendió a nadar. Sacó la oposición a la segunda y su primer destino fue Caboalles de Arriba en la Laciana, donde coincidió con una compañera de promoción, Conchita.

Ambas conocieron allí a quienes con el tiempo se convertirían en sus esposos. En el caso de Eugenia, Felipe, “un lacianiego de pura cepa que trabajaba como mecánico”.  Tuvieron cuatro hijos que, hoy por hoy, constituyen su mayor tesoro: Felipín, Mage, Susana y Elena. A ellos y a su profesión les dedicó toda la vida. Cuenta con orgullo que educó a “34 generaciones de lacianiegos, muchos de los cuales lograron terminar sus estudios universitarios”. Le encanta que le paren por la calle, la reconozcan y la saluden. Hoy, en Tercera Actividad, su vida social es más limitada, pero aún así, le gusta socializar, charlar con el personal del centro, recordar viejos tiempos. Se entretiene dibujando mandalas y cada domingo se arregla, para ir a misa y comer con sus hijos. Disfruta cantando, tejiendo y paseando. ¡Ah! Y, quizá, como recuerdo de sus tiempos de maestra, también es muy aficionada a la geografía.