Decía mi abuela que “si no tienes nada que decir, mejor te callas” y con el tiempo, me he dado cuenta de cuánta razón tenía. No sé si a nuestra protagonista de hoy, le habrán inculcado el mismo pensamiento, pero lo cierto es que Vicenta es una persona tranquila, de voz suave, tanto que parece hablar en un susurro. Mide y piensa cada palabra, porque decirla cuesta e implica una responsabilidad.
Tiene una memoria prodigiosa, recuerda muchos detalles de su vida y de su familia, pero he de animarle a hablar, ni siquiera los silencios, tan efectivos en otras ocasiones, le invitan a prodigarse en palabras. Aún así, me cuenta que nació en Berzosilla, a pocos kilómetros de Aguilar de Campoo. Tuvo cuatro hermanos, aunque una de ellas falleció y apenas llegó a conocerla.
Sus padres, Eleuterio y Eusebia, trabajaban en el campo y tanto ella como sus hermanos ayudaban en casa y en la faena. Fue a la escuela, recuerda a una de sus primeras maestras Doña Mari Cruz, natural de Venta de Baños. Le gustaba mucho el colegio, pero como tantas otras personas de su época, tuvo que dejarlo y arrimar el hombro en casa.
De Berzosilla se trasladaron a Reinosa, donde su padre compró una finca y, con el paso del tiempo, conoció en Aguilar de Campoo, al que sería su esposo, Severino. Recuerda que la invitó a bailar y desde entonces, no se separaron. Tuvieron dos hijas Alicia y María. Ambas viven en Burgos, pero la visitan a menudo. Además, tiene dos nietos de 12 y 9 años y le encanta ver sus fotografías y comprobar cómo van creciendo día a día.
Llegó a nuestro centro de Aguilar hace seis años, al poco de quedarse viuda, comenta que se encuentra “a gusto” aquí, tiene buenas amigas y le encanta participar en las diferentes actividades y dinámicas. Lo que más le gusta, dice, es pintar y queda pendiente que nos enseñe alguno de sus dibujos. Quizá, en la próxima visita.
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