Todos en Tercera Actividad León, la conocen como “la yaya” y es que a sus 94 años, Amelia rezuma ternura. La primera vez que la vi cruzaba los brazos sobre el pecho lanzando un abrazo imaginario lleno de cariño a la responsable de servicios generales, Lidia. Son sus “hermanas”. La mente de Amelia, a veces, divaga y se queda anclada en el pasado en su pueblo Solle, junto a sus padres o con sus hijos y nietos.
“Soy de un pueblo muy pequeñito, Solle, cerca del puerto de San Isidro, en la montaña. ¿Cuántos habitantes tiene? No lo sé, nunca los conté. Unos treinta. Vivimos muy bien, honrada, humilde y decentemente”, relata Amelia al otro lado del hilo telefónico, “tenemos un agua buenísima, del Arenal la llaman, todo el que viene la quiere probar, fíjate lo buena que será, nace a borbotón desde debajo de la tierra”.
Vivió en Solle toda su vida, junto a sus padres y sus ocho hermanos. Allí conoció a su marido, Bernardo. “Era 11 años mayor que yo y se fijó en mí cuando yo tenía 13, pero sabía de sobra que si se acercaba con intención, le iba a dar calabazas, porque hasta que no tuviese la mayoría de edad, no pensaba casarme”, recuerda. Tan enamorado estaba Bernardo que debió acercarse al ayuntamiento del pueblo a solicitar información sobre Amelia, su fecha de nacimiento. “Esperó hasta que cumplí la mayoría de edad y justo el día de mi cumpleaños se me declaró”. A Amelia, le costó decidirse, por la diferencia de edad y por la reticencia y el rechazo de su padre, “él prefería un buen mozo, bien plantado, aunque no tuviese buenas intenciones y Bernardo era bajito y del montón. Me costó mucho convencer a la familia, porque yo no quería dejar la casa a disgusto, no pretendía conseguir su aprobación, pero sí al menos mantener su cariño”.
Al final lo consiguió y se casó con Bernardo. Tuvieron 8 hijos, aunque los tres primeros fallecieron en el parto, “eran otros tiempos, con menos recursos”. Los cinco que le quedaron son “muy buenos, se ganan la vida honradamente, todos tienen su trabajo”, expone y le han dado 5 nietos y un biznieto, Samuel, que es para ella “la luz de mis ojos, a veces, no sé si lo tengo o lo sueño, le quiero como no se puede querer más”. Juegan al dominó, “tiene cinco años, pero conoce todas las piezas y me engaña, se ríe de mí a mandíbula abierta, pero a mí me encanta”.
Aunque ya lleva un año en Tercera Actividad, muchas veces, la mente de Amelia, la devuelve a la casa de su hija o a su pueblo Solle, quizá, por eso las gerocultoras y el personal del centro son sus “hermanos y hermanas” y Pablo, el fisioterapeuta, uno de sus nietos… No importa, es feliz, le encanta pasear, leer libros de Delibes o el periódico, aunque solo lee las noticias buenas, “las malas me las salto”. Aquí todo el mundo la aprecia y la quiere es, “la yaya”. Todo corazón, pura ternura, con una buena dosis de carácter y mucha fuerza, la de quien ha trabajado toda su vida en el campo y ha sacado adelante una familia.
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