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No hay edades, sino experiencias: Julián, una vida de recuerdos en Vallespinoso de Aguilar

No hay edades, sino experiencias: Julián, una vida de recuerdos en Vallespinoso de Aguilar

Julián carga sobre sus hombros el peso y la responsabilidad de ser el hermano mayor varón de una prole de seis vástagos, tres mujeres y tres hombres. Nació en Vallespinoso de Aguilar, a los pies de la ermita de Santa Cecilia, uno de los más bellos y significativos testimonios del románico palentino. Por mucho que la ha mirado, aún le sorprende ver cómo fueron capaces de levantarla sobre la loma, aprovechando cada recoveco para que parezca nacer de la roca. El 28 de julio cumplirá 90 años que se le han pasado en un suspiro, ¡quién me lo iba a decir!

Llegó a Tercera Actividad Aguilar con su hermano pequeño, Ángel, en 2018, tras sufrir ambos una enfermedad y pasar por el hospital. Hasta entonces, siempre habían vivido en su casa de  Vallespinoso, “la segunda según entras a la derecha, con corral”. Julián la recuerda con cierta nostalgia. Nos cuenta que ha pasado toda su vida allí y que siempre trabajó en el campo, “he segado con el dalle y trillaba con las vacas y con la yegua”. El ganado: ovejas, chones y terneros y el campo fueron su vida. “Todos los años hacíamos matanza e íbamos a las ferias de los pueblos de alrededor a vender los corderos y los terneros”.

¡Cómo ha cambiado todo! Cuando Julián era joven había escuela en el pueblo, con al menos 30 chavales. La maestra se llamaba Valeriana, venía de Palencia y “arreaba estaca”, comenta sonriente, “no te salías de la línea, no”. Mientras lo dice mira los notas que estoy tomando en mi agenda, ’¡vaya letra!”, suspira. Y tiene razón. No me entiendo ni yo. Seguro que doña Valeriana, me hubiese echado un buen rapapolvo. Hoy, me cuenta, no quedan niños. El pueblo se ha quedado vacío, a diario apenas viven 3 o 4 vecinos.

Julián posa sonriente junto a Javier García, jefe de mantenimiento en Tercera Actividad Aguilar

Las fiestas, aunque están muy bien, tampoco son lo que eran. El patrón del pueblo siempre fue un tocayo, San Julián, el 9 de enero, pero hace algunos años, cambiaron la fiesta y la celebran el día de las Mercedes, en septiembre, “porque hace mejor tiempo y puede venir más gente”. Rememora las tardes de domingo, en su juventud, cuando se juntaban todos y las mozas tocaban la pandereta y cantaban. Quien mejor lo hacía, asegura, era Mercedes, la abuela de Cristina, actual alcaldesa de Vallespinoso y compañera en la Fundación Santa María la Real, “¡qué bien tocaba!”. Tanto, que venían a escucharla de Frontada, Foldada, los Barrios, San Pedro y Santa Maria e, incluso, a veces, de Salinas. No hacía falta que fuera fiesta para juntarse y divertirse tras la dura semana de trabajo.

“He pasado mucho en esta vida”, dice y nos relata que está vivo de milagro, porque trabajó como albañil en la restauración del monasterio de Santa María la Real con su tío Juan, “no lo olvidaré nunca, sobre todo el día en el que estábamos echando rasilla en el suelo del claustro alto. No debía de estar bien fraguada y se vino abajo. Caímos desde tres metros de alto”. Hizo el servicio militar obligatorio en Marruecos, pasó unos días en Melilla, a cuenta de una confusión y el resto del tiempo en Tetuán. Hubo de chuparse muchas guardias, que estos días regresan a su memoria cuando ve las imágenes de oleadas de inmigrantes en Ceuta.

Hoy ya no trabaja, ni tiene que hacer guardias, pero le gusta estar pendiente del huerto y el invernadero, “¡es lo que he hecho toda vida!”. No es raro verle sentado en el jardín de Tercera Actividad, con su mirada viva un poco ausente, quizá, recordando viejos tiempos o, tal vez, imaginándose en el río o en el pantano, pescando truchas, “me encantaba pescar, ponía el cebo y un cascabel, dejaba la caña y cuando oía el cascabel, iba a por la trucha, ¡qué ricas estaban fritas!”.