En Tercera Actividad siempre hemos defendido que no hay edades, sino experiencias. Lo sabemos muy bien porque nuestros centros de Aguilar de Campoo y León están llenos de ellas.
Historias de vida, que nos demuestran que cualquier edad es buena, para aprender, para afrontar un reto, para disfrutar, para descubrir un nuevo hobby en el que entretener nuestras horas o, simplemente, para reír, para compartir…
Seguro que has oído que Mozart compuso su primera sinfonía con tan solo 8 años, pero, quizá no sepas que Darwin, publicó su libro más famoso “El origen de las especies” con 50 o que María Galiana, la entrañable abuela de “Cuéntame”, dio rienda suelta a su carrera como actriz, tras jubilarse como profesora de Historia e Historia del Arte.
Las personas de nuestros centros, no son tan famosas, pero sí tienen vivencias igual de interesantes, hoy nos acercamos a dos de ellas: las de José Luis Fernández y Andrés Robles.
José Luis, a la caza de la mejor imagen
José Luis tiene 72 años y es natural de Aguilar de Campoo. Como buen aguilarense, dedicó gran parte de su vida a hacer galletas y aún lleva impregnado en la memoria el dulce olor de su trabajo en Fontibre, Tas y en galletas Gullón, aunque recuerda que empezó a trabajar con tan solo 14 años, como repartidor de bebidas. Desde entonces no ha parado, hombre inquieto y emprendedor, siempre ha compaginado su labor profesional con aficiones como el deporte, la fotografía, la pintura o el arte románico. Fue uno de los fundadores de la Escuela de Ciclismo de Aguilar y forma parte de la directiva del Club, ha sido seleccionador de cadetes a nivel regional y cuenta con titulación nacional, ha colaborado con el equipo de fútbol, con el de baloncesto y, cómo no, es uno de los integrantes de Ronda Aguilar.
No solo eso, es aficionado a la informática y se desenvuelve bien en las redes sociales, tiene su propia página Facebook, donde muestra parte de sus trabajos y colabora en lo que puede con Tercera Actividad, donde lleva viviendo un año. Por ejemplo, diseña carteles. Sí, sí, también, le da al diseño, “una afición tardía”, dice, pero aprende, “observando lo que hacen otros”. Una de sus últimas creaciones ha sido un cartel para explicar de forma muy gráfica cómo colocarse una mascarilla, “utilicé 10 ejemplos de cómo hacerlo bien y 10 de cómo no debe hacerse para que a todo el mundo le quede claro”, apunta.
Es frecuente verle pertrechado con su cámara de fotos, «de doble objetivo para realizar fotografías en 360º». Se diría que no se separa de ella y nos confiesa que atesora miles de fotografías, “más de 10 discos duros llenos de puestas de sol, de ciclismo, de agua, de naturaleza, de arte románico”… ¿Cuál fue su primera foto? La recuerda muy bien, la tomó en el Valle de Valdeón, en los Picos de Europa, en la provincia de León.
Andrés, construyendo toda una vida
Y, hasta allí, hasta León, nos vamos para conocer a nuestro siguiente protagonista Andrés Robles. A sus 80 años, también goza de una memoria envidiable y asegura que “no puede parar quieto”. Como José Luis, empezó a trabajar muy joven, con apenas 14 años, “en casa éramos 12 hermanos, yo de los de en medio y había que ganarse los garbanzos”, explica.
Nació en Navatejera, el 6 de noviembre de 1939, cuando el país apenas empezaba a desperezarse tras el fin de la Guerra Civil. Su infancia y juventud fueron muy felices, recuerda los juegos y, sobre todo, los bailes, quizá, porque en uno de ellos conoció a su mujer Inés, con la que tuvo dos hijos. “Cuando tenía 18 años me fui de voluntario a la mili y al volver un vecino se casaba y me invitó a su boda, allí conocí a Inés”, nos cuenta. Fue ella quien se acercó y le dijo algo así como, “oye, contigo no he bailado”, a lo que Andrés sin pensárselo respondió muy ufano, “que por mí no sea” y del baile al cine, a ver Nobleza Baturra y de ahí, todo seguido, hasta el altar. Hoy se enorgullece al hablar de su nieta, que también se llama Inés y, además, lleva el apellido Robles.
Andrés trabajó durante toda su vida en la construcción, muy vinculado a la marmolería de su padre, nos confiesa que fue fumador y que no le decía que no a un buen chato de vino, pero, eso sí, siempre con moderación, “nunca he pisado un juzgado”, ríe. Ahora reconoce que aquellos “vicios” se han hecho notar en su salud, pero no pierde el ánimo. De hecho, no para de crear, sigue construyendo casas, eso sí de cartón. La afición le surgió, casi por casualidad, “estaba paseando por la finca que teníamos en el pueblo y vi una caja de zapatos. En lugar de tirarla, pensé que con un poco de pintura, unos juncos y algún detalle más aquello podía convertirse en una caseta o en un corral”.
Ya ha construido cientos de casas, “cada una diferente, aunque los materiales sean similares”. Procura realizarlas con todo lujo de detalles, hasta las barandillas y los pasamanos de las escaleras. Ha elaborado elementos para Nacimientos y junto con su hermano reprodujo siete iglesias de la provincia de León y una ermita. Lo que verdaderamente le gusta es pintar, aunque, su humildad le lleva a manifestar, “que no llega al nivel de su hermano, que tiene algunos cuadros dignos del mismísimo Goya”.
No se conocen, pero sin duda, José Luis y Andrés, harían buenas migas. Ambos son un buen ejemplo de que la edad pasa a un segundo plano, cuando lo que priman son el espíritu, la iniciativa y el corazón.
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