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Nuestro equipo: Blanca Álvarez

Nuestro equipo: Blanca Álvarez

Tercera Actividad, Blanqui Álvarez

Blanca se ha pasado la vida entre fogones. Su familia regentaba un restaurante en Salinas de Pisuerga y allí aprendieron a cocinar ella y sus hermanas. Al jubilarse su madre y dejar el negocio familiar, siguió su trayectoria en diferentes restaurantes de la zona, como el Hotel Valentín, el Parador de Cervera de Pisuerga o el Molino de Salinas. Tras varios años de intenso trabajo en hostelería, decide cambiar de ámbito para poder tener una vida más tranquila y dedicarse más a su familia. Gracias a ese giro, hoy lleva 16 años como cocinera de nuestro centro Tercera Actividad Aguilar.

“Cuando llegué, no tenía previsto quedarme”, nos cuenta. De hecho, pidió una excedencia de un año en la residencia de Salinas de Pisuerga, donde trabajaba por aquel entonces y rechazó una plaza en la Posada de Santa María la Real. “Me llamaron para ocuparme de la cocina de la Posada, pero yo tenía claro que aquello ya no me interesaba y me ofrecí para trabajar en la residencia”. Dicho y hecho. Al poco tiempo la llamaron y lo que comenzó como un “ya veremos, vamos a probar”, se ha convertido en 16 años de entrega, compromiso y dedicación.

Tiene muy claro por qué prefiere trabajar en el sector de la asistencia social. “Aquí siempre sé exactamente cuántos comensales voy a tener. No trabajamos tanto a la carta y, además, dispongo de más tiempo libre, incluso, tengo descanso los sábados y puedo coger vacaciones”. Aunque su horario laboral comienza a las 7.30 h., Blanca o Blanqui, como la conoce cariñosamente el equipo, nos cuenta que no le cuesta madrugar y entrar un poco más temprano si hace falta adelantar trabajo.

Blanqui en la cocina de Tercera Actividad, junto a su compañera Rosa

Desde que entra hasta que sale, no para. Su día a día, es un constante ir y venir, entre cacerolas, sartenes, especias y todo tipo de alimentos. “A primera hora preparamos el desayuno buffet con zumos naturales, leche de diferentes tipos, cereales, frutas e incluso hasta una limonada para facilitar el consumo de agua, que, a veces, les cuesta un poquito. En cuanto acabamos con los desayunos nos metemos a preparar los dos menús que ofrecemos en la comida más los purés hipoprotéicos, para quienes tienen dificultades al masticar, y sin darte cuenta te ha llegado la hora de preparar las cenas”. Los pocos ratos libres o más tranquilos los dedican a organizar, limpiar y adecentar la cocina, de la que gracias a su esmero siempre sale un rico olorcillo a comida recién hecha y casera, que alimenta sin necesidad de probarla.

“Lo cierto es que tengo un equipazo”, comenta orgullosa, me siento muy arropada y valorada. Además, estoy muy agradecida a la Fundación, porque en los momentos más difíciles, siempre han estado ahí y me han permitido disponer de tiempo para dedicarle a quien más me necesitaba. Eso es impagable. Todos tenemos días mejores y días peores, pero aquí se nota el trato humano, lo primero son las personas y eso es esencial”. Y personas como ella, se dejan y se hacen querer tanto por el equipo como por los residentes, a quienes ha sabido conquistar no solo por el corazón, sino también por el estómago.