Al verla y al oírla, pocos dirían que en mayo cumplió 90 primaveras. Dolores es una mujer risueña, extrovertida y afable a quien le gusta repartir alegría. Hoy, 16 de julio, se cumple un mes desde que llegó a nuestro centro Tercera Actividad Aguilar y afirma que ya se siente “como en casa”. 

“Me encuentro estupendamente, me están ayudando mucho”, asegura y su voz suena juvenil y risueña al otro lado del hilo telefónico. Parece increíble que tenga 90 años, se lo hacemos saber. “¡Anda, anda, qué majas sois todas, me levantáis el ánimo!”  – ríe-. Enseguida nos cuenta que tiene dos hijos, cuatro nietos y seis biznietos. Ahí es nada. Los adora y les echa de menos, pero todos están muy pendientes de ella y “saben que aquí estoy muy bien”, insiste. 

“He cogido mucha confianza con todas las chicas, a veces no sé muy bien cómo se llaman, porque son muchas, pero les digo, ¡niña, ábreme un poco la ventana, por favor! o ¡niña, ayúdame a ponerme la media! y enseguida están pendientes”. Las “niñas” son el equipo de Tercera Actividad, auxiliares, geroculturas, enfermeras, trabajadora social que, según Dolores, “tienen mucha paciencia”

Ella les devuelve el cariño ayudando en todo lo que puede, “me encanta contar chistes y ver reír a la gente”, asegura. Aunque nos confiesa que, a veces, los más picantes, se los guarda, dependiendo de quién sea su interlocutor. También canta y pinta, disfruta, dice, de todas y cada una de las actividades que se realizan en el centro. Mantener este talente risueño, no ha sido fácil para ella, ha tenido que trabajarlo mucho.

Dolores nació en Cillamayor y allí vivió con sus padres y sus siete hermanos. Su infancia fue dura. Nació en el 31 y, aunque solo tenía 5 años, la guerra se le quedó marcada a fuego. Un hermano que llegó a ser teniente, falleció el primer día de estar en el frente. Le mató una bomba. La contienda se llevó también a otra de sus hermanas y dos más fallecieron por enfermedad. “Lo pasé muy mal y me ha costado mucho superarlo”

Pese a todo, tiró hacia delante, se casó y vivió en Barruelo de Santullán con su marido, que era “minero y muy buena persona”. Perderlo hace 23 años, fue otro duro golpe de la vida, que Dolores ha ido superando apoyándose en el cariño de sus hijos, nietos y biznietos. “Siempre me han cuidado y, cuando ya no podían pensaron contratar a alguien que me atendiese en casa, pero yo no quería eso, prefería venir a una residencia y ¡bendita la hora! Aquí estoy estupendamente”. El sentimiento es mutuo, porque, aunque lleva poquito tiempo en Tercera Actividad, ya se ha ganado el cariño y la confianza de todo el equipo.